Relativizando solo eran unas cuantas pulseras, profundizando se trataba del resultado de cientos de recuerdos en forma de sabores, rincones descubiertos, historias de otras personas, lugares increíbles, ferias recónditas y sol , mucho sol en playas sin hamaca de alquiler.
Cada pulsera tenía su porqué. Alguna sustituía a otra que lo había entregado todo en mi muñeca después de una larga década, como la que se estrenó buscando conmigo la Fortaleza de Peniche mientras Afonso nos mecía con su Grandola. Como cualquier objeto que se elige, ninguna salió escogida por el impulso del momento, la sustitución de otra o unos centímetros de piel desnudos extrañando su propia vestimenta. A cada una le llegó la ocasión apropiada. Todas trajeron su inédito cielo en la más amplia gama de azules, el color de las piedras de su entorno, su viento, el aroma de cilantro o perejil, canela, jengibre, arroz o verduras frescas. Y por supuesto diferentes y arrebolados atardeceres. Un lujo.
Mirándolas podía evocar un paseo por Braga quitándole la cáscara blanquecina a un puñado de castañas asadas, de camino al jardín de Santa Bárbara; ese llenarse los ojos en el Mercado de las Ranas, el infinito sol en la cara de la praia grande de Porto Covo, las lunas sobre la duna de Gala o aquel mercadillo artesanal que visitamos antes de entrar al Museo de la Sidra de Nava.
Era cuando me estancaba demasiado en la realidad, por la desesperación del frío, el invierno, el dolor, la lluvia o la mezquindad de señoras de plástico en tiendas con productos requete-envueltos en plástico (y factura idem), cuando solo debía acariciarme el brazo derecho, un poquitín, para recordar que Albarracín existe, lo mismo que Saint Jean Pied de Port o la finísima arena de la Foz de Arelho.
Hoy, miro el brazo desnudo y pienso que la primera que abrocharé en el será para recordar que todas están en el cajón de lo insustituible a cambio de ella, la que me haga recordar que los médicos, enfermeras, auxiliares, celadores y resto de personal del Hospital Universitario de León también se han quedado con algo mío: una gran parte de dolor soportado durante décadas.
No permitamos que el sistema aniquile la sanidad española que dispone de instalaciones, excelentes profesionales y medios, lo que nos está sobrando son malos gestores y personal cualificado en el paro.
Adornaré despacio mi brazo derecho, como siempre estuvo, aunque esta vez quizás no deba mirarlo tantas veces para invocar al sol y renegar de la lluvia que deshace los huesos, lo haré también para llenarlo de ilusión. Quizás.