Creen que no pueda suceder, porque no saben. Todos
hablan y hablan y aconsejan y atesoran maravillosas doctrinas milagrosas. Pero
no llevan entreverado el dolor, ni la fatiga, ni la tristeza, ni el asco.
Algunos sufrimos con el caos ajeno, empatía creo que lo llaman, cuando ni
sobrante nos queda.
Y leo y escucho y veo y miro. No saben cómo
duele. Ellos esperan solo el asombro que provoca en esa mayoría anestesiada por
la mentira y el odio.
Se me caen dos lágrimas, no puedo contener un suspiro para finalmente terminar en un
torrente de llanto y desolación, como lo hará el cielo que contemplo ahora.
Y se ríen, da igual de qué, mientras sea dimanante del color contrario. Si el asesino era español o extranjero, si
el vecino es homosexual o si esos dos son muy rojos para lo facha que fue su
abuelo. ¡Qué corta lleva la falda esa gorda! Hay que respetar la etiqueta.
Con verdadera frivolidad hablan de violencia
quienes no saben nada de ella, silencian adicciones los que proveen todo tipo
de drogas a varias generaciones, y dan una patada a la lata de las monedas del
pobre que está en la puerta de la iglesia las que, agarradas del brazo, acaban
de echar dos pesetas en la cesta procurando ser vistas y oídas.
Un sindiós sin precedentes, un caos de
sentimientos, abuelos que mueren solos habiendo regalado hasta el último
suspiro y nietos respirando hasta el último céntimo del abuelo en rincones
oscuros de lugares que deberían estar prohibidos. Hijos sin besos y padres
besando hijos ajenos. Mentira, postureo e hipocresía.
Nos quieren incondicionales pero nos inoculan
rencor y desinterés, rabia y desapego. De cuando en cuando nos necesitan, para
certificar sus chanzas con cheques en blanco.
Han deformado esta sociedad a través de cambistas
y mercaderes, mientras los demás andamos
a la pelea arrojando el orinal por la ventana al que no cante la misma tonada
que la nuestra, porque hay que mostrar el enojo, la opresión es así. Somos imbéciles.
O será que la visión está deformada por el inminente otoño...